
© Carlos Maiques
Poesía

Friedrich Hölderlin
Enrique Banchs: «El tigre», «El espejo»
Clemente de Pablos
Anay Sala
Héctor Ibáñez
Rodrigo García Marina
Registro: Francisco Ferrer Lerín
Patafísica: Dr. Estulticia Plymouth Alfalfa
SÍLITHUS (un fragmento) Enrique Falcón
José Luis Piquero
«Terminal»
Lo que infecta mi sangre
me pertenece.
Igual que cada célula que muta.
Mi propia muerte
tiene mis ojos.
Podría hasta firmar con su nombre: Mi Muerte, ese soy yo.
¿Curarme? ¿De qué tengo que curarme?
Equilibrio, certeza,
todo cuanto la gente busca como un grial
solo ocupa el espacio de aquello que se niegan a sí mismos.
Yo no. No haré traición.
Si un dios lo ha decidido,
por mi parte ya sé qué dios es ese.
Yo soy la insania,
puedo vivir con ella.
Acepto mi apetito de extinción.
Quiero ser todo eso,
la enfermedad y todo lo que muere. La belleza.
«El niño cojo»
«Lo siguió, al son de la melodía, la menuda tropa»
(Hermanos Grimm)
Quise seguirle. ¿A dónde? Pues a donde iban todos.
La cueva. El escondite
en el que espera Dios. Las aguas mansas
que limpian los pecados.
Rápidamente los perdí de vista.
No pasa un día en el que no me acuerde
de lo que pudo ser.
Otra vida y un mundo fabuloso.
Aventuras. ¿La muerte? Bienvenida la muerte,
una muerte brillante como su larga capa de colores,
su música encantada.
Y la belleza. Todo menos esto.
Ya ni siquiera soy el Niño Cojo:
el Cojo, simplemente,
en la tierra sin juegos ni sonrisas.
Hasta las ratas fueron detrás de él.
Cuando acaban los cuentos, ¿qué queda de los cuentos?
Lo que se pudre inmóvil, sin leyenda.
Vi al redentor
con los suyos y no se fijó en mí.
«Sala de quimioterapia»
...y nos lleve a la vida eterna...
Los de la inmuno
tenemos mejor pinta,
seguro que los otros se preguntan por qué.
Y de su palidez a mi color, de su calva a mi pelo,
aunque seamos todos pecadores,
aún hay clases.
Pero son más las cosas en que somos iguales: el veneno
que cura gota a gota,
la paciencia que aguarda no una victoria sino un armisticio,
el pensar en la muerte algo más de la cuenta,
y lo disciplinados al hacer los deberes.
Estamos esperando
la Buena Nueva. Pasan sacerdotes
todos de blanco y todos los miramos
por si acaso quisieran darnos su bendición.
Pero aún no. Nuestro oficio:
obedecer. Y no los hay más dóciles.
Yo rezo: Fuego Amigo,
repara por favor en quién es realmente tu adversario.
Tenme piedad. Pero si me transformo como estos,
seguiré deseando que acaricies
mis entrañas con tus uñas impuras.
Luego llega la hora. Nos llaman. Ya celebran
la Eucaristía.

Laura Giordani
Que las lágrimas hagan su trabajo
con las palabras enterradas
escribir será una súbita floración
en la rama calcinada
esa altura donde los árboles
lloran los incendios.
Quedarse allí
sustraída de la podredumbre
convenida.
Fracturar la senda de las palabras
extremar sus límites y resistencias:
no más diques púrpuras en el pulso
no más que estas manos rendidas.
*
Tengo una piedra
quemándome las manos
cerrarlas aún más
respirar hondo
hasta que el dolor no abrase.
Enfrío piedras en el río
las devuelvo con el descuido
de quien disfruta
la perturbación del agua.
Ser esa niña que demuele
y alza el mundo
con poquito calcio
en la pedrera de la culpa.
*
«La rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos»
(Alejandra Pizarnik)
Descrucifica a la niña, este cielo ya no tiene nada que ofrecerle.
Abriga sus manos azuladas de espera, pronuncia en su oído izquierdo las palabras espantamiedo hasta que vuelva a elevarse su diafragma. Hasta que algo se rompa y vuelva a latir el árbol de la infancia. Tierra abajo se disuelven las certezas, se pudren -uno a uno- los contornos. Y se vuelve afásica la voz que dice: hasta aquí yo y desde aquí lo otro, la ceguera de las tapias. Humus humilde: mantillo que crepita vivísimo, fecundando el claro más escondido del monte, allí donde crece una hierba que jamás será cortada. Donde las raíces conversan (si auscultas con tu corazón-potrillo-de-enero las escucharás repitiendo Alejandra, Alejandra) y las lilas resucitan (escucha cómo cantan al dios de los indigentes y dan las gracias).
Ahora lo sabes, imposible vencer con sus reglas: están hechas para que fracases. Tu revolución es otra. Álamo y niña bebiendo en el mismo pozo, la insurgencia luminosa del poema.
*Poemas de Manca terra, Santa Coloma de Gramanet: La Garúa, 2020

Andrea Aguirre
Tres poemas
Mi madre y yo hemos sentido el dolor
por la muerte de un padre.
Yo perdí a mi padre demasiado pronto.
Ella perdió a su padre no hace muchos años.
Las dos los vimos por última vez
en una cama de hospital.
Y existe en este duelo compartido
una forma especial de consuelo
abrazado en el reflejo de vivir
una ausencia equivalente.
A veces pienso que será imposible
compartir del mismo modo el dolor
por la muerte de una madre
en ese espejo en el que una a otra
nos miramos
hermanando nuestra pérdida.
Nunca existirá este bálsamo
cuando llegue el terrible acontecimiento,
sea cual sea
el primero de todos los posibles.
Y el espejo se rompe en añicos
que se clavan en mi horizonte
desangrándome
de toda incertidumbre.
La angustia auténtica es
no poder compartir el duelo
de perder a una madre
con mi madre.
Y esta es una certeza
que me derrota.
*
El fulgor de una estrella
que nos mira
atentamente
penetra escurridizo
a través del cristal.
¿Cuál es su trayectoria?
¿Cuál es el origen de su existencia
quizá ya nula?
Aquí,
creemos ser el centro
de todos
nuestros latidos.
Pero palpita el universo
antes y después de que la sangre
se evapore
en el vacío traslúcido
que nos contiene.
Y la estrella, aun extinta,
continuará brillando
a nuestros ojos,
aquí,
en este punto exacto,
a través
de esta ventana cerrada.
*
Cantaremos mañana, igual que hoy,
todas nuestras nobles derrotas,
los surcos vitales que sorteamos con esmero,
con la tenacidad de las tortugas
que cruzan el océano hasta la playa.
Abriremos la grieta hasta hacerla hueco
donde anidar.
Me verás sacarme las espinas
de la garganta abierta.
Recorrerás mi piel ajada y leve
en el abrazo de los héroes vencidos.
Me dormiré en tu regazo
después de nuestra lluvia
y, como aquel noviembre dulce
del comienzo,
el paseo será puerta de un destino
ya libre de naufragios.
Porque somos los dueños de los días
que trazamos con nuestro canto ritual,
nuestro canto de homenaje
a lo que queda.
Cantaremos, al fin,
juntos y despiertos
en el idioma de los pájaros,
como dos niños que huyen de las ruinas
de una batalla salvaje,
hilaremos nuestro himno
a la supervivencia.

Jesús Ge
YO SÓLO SOY YO
YO SOY SOLO YO
SOLO YO SOY YO
YO SOY YO SOLO
YO SOLO YO SOY
SÓLO SOY YO, YO (x3)
¿YO?, YO SOLO, SOY (x2)
SOY YO, SOLO YO
SOY YO SOLO, YO
SOY YO, YO SÓLO
YO, YO SOY SÓLO
SÓLO YO SOY YO (x 4)
YO SOY SÓLO YO
SÓLO SOY YO, YO
SOSOSOSOSOSOSOSOSOSOSOSOSOSOSOSOS SOL SOL SOL SOL SOL SOL SOL SOL SOL SOL
YO OY YO OY YO OY YO OY YO OY YO OY YO OY YO OY YO OY YO OY YO OY YO OY YO OY YO OY
HOYS HOYS HOYS HOYS HOYS HOYS HOYS HOYS HOYS HOYS HOYS HOYS HOYS
YOSOLO YÓSOLO(x3)
YOSOLO YÓSOLO(x3)
YOSOLO YÓSOLO(x3)
LOSOLO YOLOYOLOSOLO YOLOYOLOSOLO YOLOYOLOSOLO YOLOYOLOSOLO YOLOYOLOSOLO YOLOYOLOSOLO YOLOYOLOSOLO YOLOYOLOSOLO YOLOYOLOSOLO YOLOYOLOSOLO YOLOYO
SOSOLO SOSOLO SOSOLO SOSOLO
SOSOLO SOSOLO SOSOLO SOSOLO
SOSOLO SOSOLO SOSOLO SOSOLO
OY YO YO SO LOLOLO
SHHHO!
YO SÓLO SOY YO
SÓLO YO SOY YO
«La escritura lleva cincuenta años de retraso de la pintura. Propongo aplicar las técnicas de los pintores a la escritura; cosas tan simples e inmediatas como el collage o el montaje. Corta las páginas de cualquier libro o papel periódico, a lo largo, por ejemplo, y mezcla el texto. Ponlos juntos al azar y lee el mensaje recién constituido. Hazlo tú mismo. Utilice cualquier sistema que se le ocurra. Tome sus propias palabras o las palabras que se dice que son "las propias palabras" de cualquier otra persona viva o muerta. Pronto verás que las palabras no pertenecen a nadie. Las palabras tienen una vitalidad propia y usted o cualquiera puede hacerlas ponerse en acción. Los poemas repetitivos hicieron que las palabras giraran por sí solas; resonando mientras las palabras de una frase potente se permutan en una onda expansiva de significado del que no parecían ser capaces cuando se introdujeron en esa frase. Se supone que los poetas deben liberar las palabras, no encadenarlas en frases. ¿Quién les dijo a los poetas que se suponía que debían pensar? Los poetas están destinados a cantar y hacer cantar a las palabras. Los poetas no tienen palabras "propias". Los escritores no son dueños de sus palabras. ¿Desde cuándo las palabras pertenecen a alguien? ¡"Tus propias palabras" de hecho! Y quien eres tu"?»
(BRION GYSIN. «Statement on the cutup method and permutated poems» (1958), first published in FLUXUS I, New York, 1965)
VENGO
TENGO
OBTENGO
RETENGO
PREVENGO
CONVENGO
CONVERSO
CONVIERTO
PERVIERTO
VIERTO
VIENTO
SIENTO
ASIENTO
CONSIENTO
CON TIENTO
CONTENTO
PORTENTO
POR TANTO
TANTO
TANTO CANTO
TANTO CANTO
CANTOR
TRACTOR
ACTORRRRRrrr
ACTORRRRRrrr
ACTORRRRRrrr
ACTO
PACTO
TACTO
TRACTO
RECTO
ERECTO
PREFECTO
PERFECTO
EN EFECTO
EFECTO
FACTO
FETO
FOTO
ROTO
ROZO
SOLLOZO
GOZO
POZO
POSO
POSEO
POSESO
POSEO ESO
POSESIVO
POSEÍA
POESÍA

Carmen de Julio
«Salvación»
A mí, que se me encomendó
desviar la órbita de los futuribles,
estoy en la cornisa.
El viento aúlla en este templo.
Veo la profundidad
donde nada el silencio ignoto y
la memoria descascarilla proyectiles
blancos
sobre mis cabellos.
Llega la noche absoluta,
inmisericorde, me muestra el filo.
Hubo un tiempo, en que la hierba estaba bajo mis pies.
Aún así, la vida enviaba cuervos
con estrépito de alas macilentas.
La naftalina seguía mi rastro. Corro,
mientras
dejo un rastro de pienso rancio.
Ellos de paladar torpe, comen
se retuercen panza arriba
cantan su victoria
se congratulan chocando
viscosas alas.
De nuevo en los árboles
a catar estrellas
y la lengua se me estremece
de placer.
En adelante, tuve que extraer
a golpes contra la pared un discurso
sepultado entre guijarros y mármoles.
Anduve por el desierto. El Sol encendía
mi deseo de descifrar las figuras recurrentes,
arremolinadas en mis manos. Volátiles desaparecían.
Caracteres casi extinguidos,
venid a mí. Nunca confié en los horóscopos.
Las luces de la ciudad me confunden
ni las promesas ultramundanas
aparecen en esta noche de obsidianas
y ese mandato de errática estirpe
zumba en mi cabeza cruciforme,
me ahoga como el racionalismo,
me separa de las costas de la
serenidad
como una extranjera
desdocumentada al cruzar
el mar de Alborán.
¿Quién calmará mi dolor, madre?
¿Quién entenderá mi lengua, padre?
Insististeis en elevar
cualquier acontecimiento a Stendhal.
y yo me precipito hacia lo aciago
como una peonza volteada infinita.
Ahora quisiera respirar,
sentarme, o qué mis piernas cedieran
al territorio de nunca jamás. Pero,
¿y si allí siguen los monstruos?
Mañana lo pensaré.
«Carta de ella»
A Simone Weil
Córdoba, 22 de julio 1938
I
La sangre
a borbotones
corre
por mis manos.
No se detiene.
Cuando duermo
los gritos me someten.
Detienen mi aliento.
La violencia con la que
se expresan
los que todavía administran
por horas o días este fluido
ennegrecido
parten.
¿Te habrá alcanzado ella, Mike?
Ayer desparramaron a un joven
sobre una camilla de cañas carcomidas.
Su rostro era hermoso.
Miraba al cielo con su dolor
sin mácula.
Aquí todo es caos.
Su cuerpo está ya en las gargantas de la tierra caliente,
esa que horadas con tus botas maltrechas.
Decías: “Dios mira siempre para otro lado”.
II
Quise acompañarte.
No me dejaron.
Ya no iría. He cosido tantos pedazos de carne.
Ahora solo quiero bailar.
Es menos noble y más egoísta.
Solo ansío tu cuerpo.
¿Qué suerte correrá tu uniforme?
Te recuerdo
entre un remolino de muchachas contemplativas.
La claridad de tus cabellos.
Tu juventud escudada
en ojos de coñac puso
la mano en mi hombro.
Agaché la cabeza
no quería que vieras un gorrión
zozobrar.
Me pediste bailar un pasodoble.
Las muchachas te seguían jocosas.
¿Soportarían ellas imaginarte en las trincheras?
Lo que no han solucionado los hombres,
lo remendamos nosotras.
“Lo que no nace no muere”, dijo la gitana.
Tú y yo nacimos
aquella noche.
III
El viento de levante
te trajo tras los Passos de John.
Sonriendo altanero
con ese canto de muerte
en esta tierra
otrora fecunda,
seducido por la dama dulce
caprichosa.
Bebimos vino.
Tarareaste una canción
en mi clavícula
Solo ansío tu abrazo.
«Declinar»
Noviembre quiere que recoja mis pedazos
y construya un barco con el que sortear
las negras aguas de laboriosidad
con las que ajo mis ilusiones.
Ofrece poca luz a cambio
para atravesar este viento repentino, contrario
que otrora dignifiqué.
Pasan los días
y me siento declinar hacia
las raíces extinguidas que antaño
poblaron en el sur las sierras.
Confiada al silencio absoluto,
dejo de moverme en las lides
de un reino
al que no pertenezco.
Mi ángel me ha abandonado.
Se marchó en una nube de hielo.
Es tarde.
«Dolor del mundo»
Estaba el dolor de nacimiento
conquistando centímetros de carne.
Una estructura de plumas cuellilarga
desequilibraba la sien, el peso.
En el iris danzaba una serpiente
verdinegra apuntando al futuro.
Languidecía en la penitenciaría
del conocimiento bajo un cielo
nada mediterráneo. Intuía
la vida de noche; tras la cortina
los gatos sabían jugar; yo ya no.
Ritmo procaz mareo de mis células
un vientre conformando un cuerpo
envelado cristal y un alma áurea
huidiza abandonándolo. Papel
pintando el aire. Atrás se quedaban
las tardes de mar púrpura cuando las
caracolas dejaron de ser puertas.
Fosilicé mi pena en la habitación.
La belleza me laceraba el pecho.
A ella le confié la búsqueda del ser.
Criatura siniestra de tez pálida
ave del paraíso chocando almíbar
contra el alféizar al atardecer.
Nunca vi tus ojos pero te recuerdo
en las miradas cobijando sueños.

Eugenio Montale
«Ho sceso, dandoti il braccio, almeno un milione di scale»
Ho sceso, dandoti il braccio, almeno un milione di scale
e ora che non ci sei è il vuoto ad ogni gradino.
Anche così è stato breve il nostro lungo viaggio.
Il mio dura tuttora, nè più mi occorrono
le coincidenze, le prenotazioni,
le trappole, gli scorni di chi crede
che la realtà sia quella che si vede.
Ho sceso milioni di scale dandoti il braccio
non già perché con quattr’occhi forse si vede di più.
Con te le ho scese perché sapevo che di noi due
le sole vere pupille, sebbene tanto offuscate,
erano le tue.
*
«Bajé, dándote el brazo, al menos un millón de escaleras»
Bajé, dándote el brazo, al menos un millón de escaleras
y ahora que ya no estás el vacío está en cada peldaño.
Aun así fue breve nuestro largo viaje.
El mío dura todavía, ya no necesito
los transbordos, las reservas,
los engaños, los escarnios de los que creen
que la realidad es solo la que se ve.
Bajé millones de escaleras dándote el brazo
no ya porque con cuatro ojos tal vez se vea mejor.
Contigo las bajé porque sabía que, de nosotros dos,
las únicas pupilas verdaderas, aun tan nubladas,
eran las tuyas.
*De Satura 1962-70 (Milán: Mondadori, 1971)

Friedrich Hölderlin
(Lauffen am Neckar, 20 de marzo de 1770 - Tubinga, 7 de junio de 1843)
«El encanto de este mundo»
Disfruté el encanto de este mundo,
Lo que se aprende de joven, ¡hace tanto!, ¡hace tanto que desapareció!
Abril y mayo y julio quedan lejos,
¡Ya no soy nada, ya no me gusta vivir!
(traducción de Jesús García Cívico)

Marta Pumarega Rubio
_edited.jpg)
«Prohibido llorar»
Prohibido llorar en las estaciones del metro.
Prohibido llorar en lugares públicos.
Prohibido llorar en la parada de autobús.
Prohibido llorar en los grandes almacenes.
Se permite llorar en la casa de la viuda.
Se permite llorar en los aeropuertos.
Se permite llorar en la sala de espera de cualquier hospital.
Prohibido morirse de pena por las calles.
Prohibido morirse de pena en los bares repletos.
Prohibido morirse de pena delante de desconocidos.
Prohibido morirse de pena mientras suena la música.
Se permite morir de tristeza
delante del penúltimo vaso de whisky,
a puerta cerrada,
mientras se derrite el hielo,
a solas en el bar.
Se permite estar triste con la verja cerrada.
Se permite estar triste de puertas para adentro.
Se permite estar triste sin inquilinos en la casa.
Se permite estar triste con las luces apagadas.
Nunca si te mira un niño,
nunca en el ascensor con los vecinos,
nunca en las fiestas de empresa,
nunca en el cumpleaños de un anciano,
nunca en las reuniones de la comunidad,
nunca en los espectáculos de magia.
Se permite llorar sin consuelo
mirando el patio desnudo de la infancia,
debajo de la lluvia y sin paraguas,
solo en los próximos entierros,
solo en las estaciones de largo recorrido.
Solo sola, solo a solas.
«Sirenas»
En esta ciudad siempre hay sirenas,
subía su lamento
bajo la ventana de mi infancia.
Con presagios de muerte o de herida
subían a oscuras
e iluminaban las paredes de rojo y amarillo.
Pero si encendía la luz,
el miedo desaparecía.
No sé cómo he llegado a esto,
al bostezo del lunes,
a la rutina en vaso y con leche fría,
a la arquitectura de los edificios
donde me besaron,
al vértigo de las escaleras del metro,
a los días vencidos del calendario,
a ser injusta contigo,
a ser tan injusta conmigo.
Ya nada es lo mismo,
no sé en qué punto sucedió
que enciendo las luces
y el miedo ya no desaparece.
«Poco»
A veces me hago poco
y como los presos descuento días,
tacho lunes y meses enteros.
Dibujo salidas, puertas y ventanas,
resto importancias,
me visto de trabajo,
de la saliva para poner sellos,
de bandera sin tierra,
de mujer sin techo.
A veces me hago poco
y, como quien se muere,
me quedo sin palabras.
Malora B. Minor
Dos letras pretéritas
«Familiarity»
Well, I guess you’d know familiarity breeds contempt,
after all, these Dead Sea analogies are completely out of text.
But the funniest thing of it all is that cloud that keeps on floating
filling up with several voices the cubic measure of that space
only to die in my sleep, only to die in my sleep
only to die in my sleep.
And all of these things that washed up on your shores
have come back to haunt me and I fall on your schemes,
and I open my windows to a white winter sea
filling up my room there's an aroma of a freshly cut wood,
left overs of some seedless weed
and a couple of Charles Bukowski's books.
Only to die in my sleep smoking and coughing
over pictures of you.
Only to die in my sleep smoking and coughing
over pictures of you.
Only to die in my sleep smoking, coughing and laughing
over pictures of you.
(New York City, 1991)
«Familiaridad»
Bien, supongo que deberías saber que la familiaridad genera desprecio,
a fin de cuentas, estas analogías del Mar Muerto están completamente fuera de texto.
Pero lo más divertido de todo es esa nube que sigue flotando
y colma con varias voces la medida cúbica de ese espacio
solo para morir en mi sueño, solo para morir en mi sueño,
solo para morir en mi sueño.
Y todas esas cosas que se lavaron en tus orillas
han vuelto para perseguirme y yo caigo en tus esquemas,
y abro mis ventanas a un mar blanco de invierno
y un aroma a madera recién talada inunda mi habitación,
sobras de una mala hierba sin semillas
y un par de libros de Bukowski.
Solo para morir en mi sueño fumando y tosiendo
sobre fotos tuyas.
Solo para morir en mi sueño fumando y tosiendo
sobre fotos tuyas.
Solo para morir en mi sueño fumando, tosiendo y riendo
sobre fotos tuyas.
[Trad. Pablo Miravet Bergón]
«Geniales, estas cosas»
Caí en tus esquemas, golpeándome en tus puertas,
andando a ciegas, absurdamente.
Perdido en la garganta de este mes que se desprende
de otro año que se pierde.
Quemando el pulmón, alterando la razón,
rebajando la velocidad,
disimulando el asco y escondiendo la risa,
los días pasan cada vez más deprisa.
Pero yo nunca logré poderlo evitar,
esperar que entre tú y yo todo fuese genial,
nunca logré poderlo evitar, nunca logré poderlo evitar.
El odio es causado por la monotonía
y el constante terror de ser quien otra vez perdía,
mas todas estas cosas que se lavan en tus costas
me persiguen constantemente.
Y aún así, yo nunca logré poderlo evitar,
esperar que entre tu y yo todo fuese genial,
nunca logré poderlo evitar, nunca logré poderlo evitar.
(New York City, 1991)

Carmen Borja
«Yo era»
Yo era una niña de flauta
taciturna en el deslunao.
Las tardes sin moviola de procaces niños
blandía mi escudo sobre los agrets. Espiga
perfumada por el acre de los limoneros.
Cuando la soledad pesaba,
mi tía Remedios me regalaba una sonrisa hacendosa.
Volvía a recolectar moras también para pintarme
púrpura los brazos.
Coreaba danzas con las ropas tendidas.
Las cornetas todavía no eran industriales
sino la risa de mi padre.
Yo era
piel transparente moteada por interrogantes,
fuera del centro donde convergen los rayos
derramaba
sin saberlo
el líquido de pizarra de una angosta estirpe.
Latía con el dolor de la tierra junto a los insectos.
Ascender a los árboles
si el pie no alcanzaba el estómago, dolía.
Dolía separar los pétalos antes de comerlos.
Solaceaba con el polen
y la pena pronto se iba girando girando la realidad.
Yo era una molestia
levantada en el vuelo del crepúsculo.
En mi carne las omisiones, los silencios, el recuerdo de los muertos
en el médico
me corcusían una y otra vez.
Lacerada amanecía junto a la bombilla
el pelo revuelto el gusano vivo
bajo los cuatro tebeos desmañados
y un temblor
y un ardor.
«Quizá mañana»
Deposito mis esperanzas en un cajón.
Es un viejo autoengaño. En esa niebla
me muevo
con el agua al cuello.
En la distancia te contemplo
elegante.
Quisiera que de mis pies
crecieran alas.
Pero una fuerza centrípeta
me hace descender y no como esas hojas
iluminadas por una calmada luz
tras el cristal.
El peso ocupa los azulejos.
La carne sin bagatelas
muestra mi suciedad.
El temblor en mis sienes.
Los brazos se retuercen
antes de dar con tus manos. Crujen.
Tan informe me arrastro en la oscuridad
temiendo a mi sombra.
Cuando alguna brizna dorada
irrumpe en la habitación. Me permito escuchar
la danza del viento con el otoño.
Incluso algún eco de madurez.
¿Sería posible descender emulando
a las livianas hojas? ¿Vestirme áurea
desatendiendo las alturas?
¿Tomar el asfalto, donde antaño jugaban los niños?
Entonces, trocaría mi inconsistencia por
tubulares nervaduras, fluiría plácida,
mis órganos y el viento
me traerían tu nombre.

Manuel Marcos
«Por burlar a la muerte»
Arcilla dormida es tu vientre en el lecho de un río sin entrañas.
La castidad del llanto, en las nubes se apaga
tal si aliento de fuego para un mirlo de agua.
En tus labios erectos tiembla vivo el silencio, acosado rubor de una fuente callada.
«Copa de soledad»
«Que el amor no admite cuerdas reflexiones»
(Rubén Darío)
Con la mirada larga el día contemplo, sosiego en la penumbra de los ojos. Veo una lluvia
de zapatos negros sobre el mar, un arrebato palpitante que gime tras el silencio acogotado
de las catedrales.
Hasta el yugo de los huesos baila con flameante conjunción de llagas. Veo el orden, con
cinco escupitajos bien colocados en dirección al vértigo,
esparadrapos sobre un pezón de
nieve y el espinazo frío de la muerte.
Águila paramera, dame tu augurio o bendición de gloria putrefacta, es de cartón mi llanto,
es un amor de terracota seca, tan larga y fija la mirada como la lluvia de los cementerios
tengo.
Lírica vagina de cristal, palpo tus cabelleras de mujer nativa, fiel noche emputecida y
valiente, beberé tu veneno hasta la hez del mundo. Para no olvidar nunca la mecánica
fatal de mi ignorancia.

Diefebus
«Canción de vientos de otoño»
Ángel de lo extraño,
de lo incierto, de mil
afectos difuntos…
Ángel negro del suburbio
y los bajos fondos de la memoria,
lugar donde la luna luce siempre en neón
intermitente.
Extraño eterno en la niebla
de todo recuerdo,
ocaso en aquellas horas
donde parecía que no había un mañana
y que nunca llegaría a amanecer.
Esencia furtiva de ese beso prohibido
nunca ya jamás dado ni repetido,
fin del porvenir que otros decidieron
por ti,
futuro a cada instante
respirando en lo anónimo
de la gran bestia
cuando esta acalla su rugido.
Ángel de fuego en madrugadas
de pura lujuria cuyas llamas
iluminaron tantas veladas compartidas
de invierno.
Ángel de olvido
en tu universo
habitando un hogar en tu mundo
lleno de sombras y silencios.
Estrofas de lluvia silbadas para el otoño,
en los instantes de las ya tempranas
puestas de sol,
con la métrica de la visión del kaos
mirando en la lejanía a la dama
de la esperanza vestida de luto,
allá en horizontes de fuego y guerra
sin tregua que valga.
Cantares de vientos
que anuncian tempestades,
aires gélidos que congelan intuiciones,
heraldo de negro infortunio el verso
que jamás albergó deseo alguno
de ser tan negro e infausto mensajero.
Cantares de vientos,
cortando los labios con sus brisas
de desespero, rabia y también impotencia.
La cruda verdad cayendo a plomo
sobre las espaldas de toda ilusión.
Solo somos pequeñas hormigas
en este gran hormiguero infernal
llamado planeta Tierra.

Enrique Banchs
(Buenos Aires, 1888-1968)
«El tigre»
Tornasolando el flanco a su sinuoso
paso va el tigre suave como un verso
y la ferocidad pule cual terso
topacio el ojo seco y vigoroso.
Y despereza el músculo alevoso
de los ijares, lánguido y perverso
y se recuesta lento en el disperso
otoño de las hojas. El reposo...
El reposo en la selva silenciosa.
La testa chata entre las garras finas
y el ojo fijo, impávido custodio.
Espía mientras bate con nerviosa
cola el haz de las férulas vecinas,
en reprimido acecho...así es mi odio.
«El espejo»
Hospitalario y fiel en su reflejo
donde a ser apariencia se acostumbra
el material vivir, está el espejo
como un claro de luna en la penumbra.
Pompa le da en las noches la flotante
claridad de la lámpara, y tristeza
la rosa que en el vaso agonizante
también en él inclina la cabeza.
Si hace doble al dolor, también repite
las cosas que me son jardín del alma.
Y acaso espera que algún día habite
en la ilusión de su azulada calma
el Huésped que le deje reflejadas
frentes juntas y manos enlazadas.

Regina Salcedo
«Diálogo conmigo misma»
1.
A día de hoy –me dices–
la poesía inútil, el cucharón sin fondo
por donde escapa el caldo,
es la única y verda-
dura-mente subversiva.
El borboteo del agua
distorsiona tus últimas palabras
y sonrío por dentro
mientras echo la acelga
a lo que hierve.
2.
Me preguntas si me he preguntado alguna vez
dónde yace el origen de mi hambre,
sin eufemismos ni excusas.
Medito unos segundos antes de contestar
por mera cortesía. Sé muy bien de mi ruido,
ruido conejo blanco –un brillo de mi sombra–
que persigo y cuestiono para no estar parada
y a solas junto a mí.
3.
Las musas, según tú, ya no susurran: «crea»,
sino: «produce, suma».
Somos ganado manso
que abona con sus heces los sembrados del amo.
Te observo entre la envidia y la sorpresa
pues jamás he sentido otro siseo
que el de mi propia baba o mi intestino suelto.
4.
Quien no hace, no existe –te lamentas–. Se convierte en fantasma, en un residuo de esos que nadie sabe bien dónde arrojar. Pasto para el olvido y las gaviotas. En un mundo perverso donde olvido y gaviota equivalen a Ø.
Entonces me pregunto qué soy yo,
que no muestro lo hecho, que lo aprieto en mi puño
como el pendiente viudo que uno encuentra
en el fondo irreal de una piscina.
¿Soy un espectro doble,
doblemente inmigrante, incomprensible, hueco?
¿Qué significa el símbolo:
un conjunto vacío o solamente un cero?
5.
Llegados a este punto, debería callar,
me dices con voz firme y mirada perdida.
Yo, si no te molesta,
opto por el piar de los gorriones…
6.
…que esperan cada día
que salga a la ventana.
Cuando les lanzo el pan,
se produce una lluvia
bulliciosa, caótica,
de alas y de migas.
7.
Tampoco a ti voy a contarte
que ese momento del día
es el más luminoso,
el más saciante.
8.
La alegría es entonces pura luz.
Un rectángulo abierto al resorte del vuelo.
Un desvanecimiento. El mío. Soy tan solo unas manos
que no me pertenecen.
Piel que recibe sol.
Ni siquiera tu voz.
9.
Poros reciben sol. No empeñarse
en mantener en pie ni un pensamiento. Ni si quiera
en otorgarles nombres, verbos o
conectores. Languidecen
como flanes de arena que alcanza el lametón
del sucesivo mar.
10.
Regresas y preguntas
si podría pensar que me he elevado.
Albergo esa impresión un pestañeo
—por acumulación de sol
e ideas desmigadas—.
Los gritos del vecino,
un absurdo energúmeno en su jardín de plástico,
me arrancan la diadema, los guantes de satén
que llegan hasta el codo,
que cubren mi hipotálamo lagarto.
Deseo que se muera intensamente.
Ese dardo con plomo envenenado
es lo que, de verdad, me arrastra por el suelo,
me pega junto a chicles, salivazos,
cagadas.
Es lo que me devuelve.
Lo que soy.
11.
Trataré de explicártelo:
ocurren desincronizaciones luminosas.
Me asomo a la ventana
al tiempo que un gorrión vuela hacia ella.
Interrumpe su marcha, gira acróbata
a un palmo de mi boca,
y se posa en la esfera
de una larga farola.
Nos miramos.
Nos pedimos perdón por la torpeza.
Le echo unas cuantas migas a la acera
que apenas tocan suelo.
12.
La mujer que soy yo se ha detenido en medio del pasillo
frente al hombre que es él o el que eres tú.
Hemos alzado el brazo igual que en un espejo
para rozarnos el pecho con un dedo,
como quien toca un timbre
al regresar a casa.
Nunca habíamos hecho un acto semejante.
Tan raro y sin embargo
tan armónico.
Los dos hemos sentido, simultáneos,
sin declinar ni un verbo,
que no volverá a darse,
que es bueno que así sea.

Clemente de Pablos Miguel
De Las Cartas a Lesbia (Valladolid: Editorial Azul, 2009)
Panero vivía en un manicomio
y soñaba con Catulo como yo.
Lesbia me susurró: «Tú también
deberías vivir en un lugar así».
Miré a mi alrededor y comprendí
que eso ya estaba sucediendo.
Callé lo que sabía y dije:
«¡Mis tratamientos me los doy yo solo, so puta!»
*
Solo la vi una vez, en una fiesta punk.
Sus ojos brillaban más allá del artificial
intercambio de cuerpos y sustancias.
Nadie me cree,
pero su cabeza rapada era bella y armoniosa.
Allí clavó su amiga afiladas uñas,
ella disfrutaba y se relamía,
y yo me quedé a mirar.
Mientras la música me devoraba
y me arrastraba al no hay futuro
del fin del milenio.
*
Cráneos humanos revestidos de yeso y conchas,
Muddy Waters canta Hoochie Coochie Man
y tú te masturbas viendo La ley de la calle.
Los mitos del amor y de la muerte siguen entre nosotros.
Por el momento, seguimos siendo humanos.
*
Mi boca masca ansiedad, luego ira, también odio.
Ganas de gritar.
Tus pezones metidos en mi boca
y solo siento ganas de morder
hasta saborear tu sangre.
¿Qué coño quieres?
¿Qué es eso de que cambie?
*
El hombre levantaba la cabeza de vez en cuando
y preguntaba qué había de comida,
ella arrastraba las zapatillas para decirle que lentejas y pollo
por tercera vez. Él la miró y se preguntó
dónde estaba la mujer a la que quiso, con la que soñó,
a la que hizo el amor.
Ahora vivía con una vieja, y también con un horrible viejo,
lo había visto en el espejo alguna mañana.
Afortunadamente una mujer, todas las mujeres;
Lesbia, la amante, la puta, seguían en su cabeza
igual que entonces.

Anay Sala
«Naufragios»
De profundis
Que salves la madera
del desastre.
Que sigas dando amor
como juraste.
Que seas tan feliz como soñaste.
A pesar de todo.
A pesar de mí.
(De Servidumbres de paso)
«Viñeta»
Tú llegas a tu hora,
compuesto,
con lo puesto,
puntual en el andén,
y ves que el mundo
parte.
(De Servidumbres de paso)
«Escamas»
Dejo atrás
mi obsesión por el detalle,
esa forma kafkiana de protesta.
(Habida cuenta
de que tendré que huir,
haré bien en librarme de un mal poso)
(De Servidumbres de paso)
«Exabrupto»
Odiosa – ¡Oh, Diosa! – Osadía
(De Servidumbres de paso)
«Entre nosotros»
El huésped me pregunta
–sin recato–
por el sentido exacto
de mis versos.
A quién y para quién,
le lanzo un beso,
por triste y descarado,
coloquial.
(De Servidumbres de paso)
«Genes»
«Anger is better»
(Toni Morrison)
Y declamas,
como un megalosauro,
toda esa crueldad
que me negué a heredar.
(Me levanto,
invita la ciudad)
Ya no puedes herirme.
Viejo.
(Inédito)


Rodrigo García Marina
Deberían sostenerlo todo
y sin embargo
los padres
los dioses
la bóveda celeste
las columnas
los acantilados
los brazos
caen
inconscientes de su peso.
*
Yo ya he sido hogar
hoy rebalsa el té
bulle el agua a más de cien grados
la furia mana como una arteria herida
y la tierra gira
la tierra gira ciento siete kilómetros hora
pero nosotros seguimos en esta casa
con la mano alzada
el grito en el cielo
los pies sobre un montón de papeles
condenados
por no haber hablado a tiempo
por no abanderar el brazo a torcer
movido ningún mueble
ningún dedo.
*
Este viaje inquieta
porque no se adelanta a nadie
porque no se realiza con los pies
porque desde el principio no se quiere
llegar adonde se llega
porque cuando la velocidad aminora
más rápido se avanza
porque cuanto más escasea el cuerpo de sí
más consciente se es
la casa envejecida
nómadas en el sentirse
la plata a cuestas.
*Tres poemas inéditos del poemario Desear la casa, que será publicado este año en Editorial Cántico
Héctor Ibáñez
«¿Aceptas la apuesta?»
Los atascos son hoy quizás mas intensos
que cualquiera de otros días de invierno y tormenta,
y por alguna extraña razón tú ya lo sabes,
la contaminación sabe mas dulce y sana,
sabe a aromas de ternura aún siendo mas violenta.
Me marcho de vuelta a las noches felices,
al nudo de piernas y brazos y nido de lazos
deseando envolver paquetes llenos de besos,
y de miradas y caricias en cajitas para regalo.
Estoy ansioso por sentirme solo y cabizbajo,
por gritar fuerte «idos todos al carajo»
y estrellarme en picado contra tu ventana.
No te preocupes si no te encuentro a solas,
no haré ruido, no despertaré a las alfombras,
no dejaré que tus párpados se rompan,
esperaré con precipitada calma en la butaca
a que los rayos del sol te despierten,
prepararé el desayuno,
pondré rosas frescas en el fondo del placar,
bajaré a comprar el periódico y el pan,
pensaré que receta te gustará para cenar…
En fin, todo aquello que inventé
cuando estabas perdida en el norte,
cuando las llamadas eran muy pocas,
y mis maneras poco sociables
te desesperaban y te hacían sufrir.
Para eso estoy aquí,
para intentar enmendar errores
y hacer que los temores dejen de existir,
y así evitar escribir canciones
que antes que canción fueron noches sin dormir,
gritos de rabia, dolor, desesperación, números en rojo,
alcohol denegado en mil bares,
teléfonos rotos contra la pared,
espejos blancos hundidos en el armario,
hoteles transitorios, excesos de café
y libros de autoayuda que nunca pienso leer.
Así que será mejor que me quieras
porque no te pienso dejar de querer
ya sabes a lo que te arriesgas,
yo ya he apostado,
aquí están mis cartas sobre tu mesa,
¿aceptas la apuesta?
Pues empecemos a correr.
«Balada para dos bailarines de tango»
Las cuerdas afinadas dulcemente,
el bandoneón prendido a fuego lento,
la corbata anudada con firmeza,
el brillo en los zapatos advierten su presencia.
Ojos enfilados el uno contra el otro
anuncian la ansiada y linda batalla.
Ella como arma usa el rojo de sus labios
humedecidos con saliva para cegarlo,
y como táctica, un secreto bien guardado
tras el vestido que todos ansiamos.
Él como estrategia, no pide más nada,
solo sonríe con un leve brillo en la mirada
y su misterioso ademán la deja intrigada.
¡Silencio!, todos los presentes callan,
sinuosamente sus pupilas se dilatan,
los músicos comienzan la sonata,
comienzan la lucha, comienzan la danza.
Comparten el aliento del uno al otro,
del otro al uno se abrasan el alma,
se atacan con caricias en la espalda,
se desean con susurros a la cara,
vaivenes de locura, cinturas que pierden la calma...
...el último acorde, como un beso robado acaba,
ella eleva su rodilla, los dos se funden y abrazan,
chocan sus miradas, los corazones estallan,
ninguno pierde, la guerra está ganada...


«Mi hija se viste y sale»
Joaquín O. GIANNUZZI
El perfume nocturno instala su cuerpo
en una segunda perfección de lo natural.
Por la gracia de su vida
la noche comienza y el cuarto iluminado
es una palpitación de joven felino.
Ahora se pone el vestido
con una fe que no puedo imaginar
y un susurro de seda la recorre hasta los pies.
Entonces gira
sobre el eje del espejo, sometida
a la contemplación de un presente absoluto.
Un dulce desorden se inmoviliza en torno
hasta que un chasquido de pulseras al cerrarse
anuncia que todas mis opciones están resueltas.
Ella sale del cuarto, ingresa
a una víspera de música incesante
y todo lo que yo no soy la acompaña.
* Publicado en Principios de incertidumbre (1980). La transcripción de este texto quiere ser un homenaje a la obra de Joaquín O. Giannuzzi (1924-2002), gran poeta y autor de culto que se definió a sí mismo como «poeta menor de todas las antologías, incluso la mía».
_edited.jpg)
Luci Romero
«¿Quién recogerá todo lo que una mujer escribe?»
María Sánchez
Limpiar la tierra antes de su cultivo,
lo tuve que aprender
que vendrían tiempos de tormenta
que no podríamos cantar en la calle.
Con la textura de miedo antiguo
se lamentan aquellos que llegaron tarde a sus quehaceres
que viven de síntomas heredados,
pero nosotras, mujeres cóncavas y exactas
encintas de música constante, venimos
a reclamar nuestro lenguaje, donde el lugar de la herida
ahora los pájaros dibujan todas esas cosas:
marcan el camino de la siembra, no morada humana.
(de El tiempo de la quema)
estaba el porvenir,
aquello
que quisieron vendernos a ciegas como una falda de tela raída,
mordida, en sus bordes, por las manos que aguardan
con tan poca fortuna rascando hilos que sobran.
escarba, no lo dudes, bajo la falda, tras el sudor que empapa la blusa
allí donde el pueblo deja de observarte, donde el verde es fuga
huele a intención precisa, a perfil gastado que entristece el paisaje.
no queda retina en blanco que mitigue la melancolía de la búsqueda.
de este lado, el camino es el mismo y la falda sigue siendo vieja,
y tú estás hambrienta
y limpias el espacio donde llorar a los muertos, donde las manos sudan.
escarba con los ojos mientras la mano ya no aprieta la falda,
deja caer las hojas de laurel.
(inédito)
Juan Planas Bennásar
«Génesis»
Están las amapolas hambrientas y el erióforo
florece en la ciénaga de Lomtjen
(según Hans Børli, en un poema de una antología nórdica).
La plenitud solo dura un instante, pero un instante en el paraíso
basta para arruinar una vida entera. Lo primero es vaciarse
del todo, aunque no sea fácil dejar fluir la mente
sin acudir a las palabras ni a las imágenes,
sin recibir el aire fresco de las voces y los ecos,
sin el recurso de volver al principio y reconcentrarse:
la paradoja de pensar sin pensar
en los pétalos blancos y azules del pensamiento.
Están las amapolas rojas de sangre y el erióforo
habita en la memoria que guardo de la belleza.
Tengo palabras para casi todas las cosas. ¿Cuáles,
como clarines lujuriosos, me servirían contra el cielo
si fuera un ángel mutilado, si mi fe se viera traicionada,
si perdiera las fuerzas donde más las necesito:
en el interior húmedo de tu abrazo? Oigo el rumor
de quien anda descalzo con nosotros, el chillido
de quien tropieza, el áureo sollozo,
como de polen huérfano, del que se sabe abandonado.
No hay nadie ahí afuera, porque todo está dentro
y no hay nada más insoportable
que una multitud recluida en un lugar cerrado.
Quizá Dios solo sea una onomatopeya del agua
en mitad del desierto que recorremos cada día,
porque el agua corre muy lejos de la sed
en esta isla sin ríos ni torrentes, aquí mismo
donde nací, sin otros manantiales
que los que brotan de vez en cuando
(donde nació mi madre: en Ses Fonts Ufanes)
y el agua nos cincela en la piel grietas negras
y azuladas, pequeñas cruces en las rutas del destino,
en las cartas marinas sobre las palmas de nuestras manos.
Están las amapolas renovándose, tranquilas, y el erióforo
florece en la ciénaga de Lomtjen como en mí mismo.
«Mene, Mene, Tekel, Upharsin»
In girum imus nocte et consumimur igni (léase también
al revés, por favor). Es cierto que damos vueltas
en la noche y que el fuego nos acaba consumiendo.
Viene a ser la existencia un revuelo de antorchas
palpitando en la oscuridad, una carrera de relevos
en busca de la nueva luz que habrá de sustituirnos.
(Tengo la misma piel blanca
de mis padres y debo protegerme del sol,
de sus demoledoras llamaradas, como los niños
que no pueden lloran al nacer, porque sus ojos
están faltos de lágrimas; por eso lloramos por ellos)
Sobre la mesa de madera, renqueante, las hojas resecas
del álbum que ya no existe. ¿Existe el día aquel,
nublado, pero alegre, de hace tantas décadas?
¿Existe el pasado en algún sitio,
en algún tipo de espacio alternativo
que podamos volver a ocupar,
como si fuéramos recién llegados al mundo,
por vez primera? El festín de Baltasar
es un cuadro de Rembrandt y lo admiré
en la National Gallery de Londres
no hace demasiados años, pero yo conocí esa historia
mucho antes, tal vez leyendo la Biblia,
arremolinado en otro cuerpo y otros días
o convertido en tránsfugo letal
de alguna pesadilla ajena;
pero es mi mano (o así ahora me lo parece)
la que irrumpe y escribe en las paredes, la que surca
la otra realidad, la que limpia los cálices
profanados, la que advierte al rey de Babilonia
de que va a perder su reino.
Siempre se pierde
lo que se tiene si no se mantiene cierto equilibrio
entre lo que se nos da y lo que damos.
Es la hora magnífica
de los grafitis, la hora en la que haremos
el esfuerzo de entrar en trance
para desentrañar lo hermético de ciertos mensajes.
Lo vacío del arte o lo desnudo de tanto atrezo.
Es el instante en que la calle y el museo
deciden acogerse a las virtudes relativas
del impudor y la intemperie. Al frío,
a la lluvia y al viento, al calor y al polvo,
a la incontinencia. ¿Mas quién nos asegura
que la interpretación del profeta Daniel fuera honesta
y verdadera? ¿Quién, que podamos desentrañar
los manuscritos del Mar Muerto, por ejemplo, sin la fe
estricta y ultramundana de algunos pocos iluminados?
No es fácil abrir de par en par las puertas de la percepción
y sentir cómo nos invade el universo entero,
sin enloquecer (según se va comprendiendo algo,
quizá lo incomprensible)
o sin tener que darse, totalmente exhaustos, por vencidos.
Hablamos mucho y no siempre comprendemos
las diferencias entre lo que decimos y lo que nos dicen.
Yo no sé quién escucha a quién. No sé quién sabe más
sobre la nada. O sobre el vacío. Hay un silencio universal
y uno solitario, íntimo, pero muy intenso. Intento
averiguarle el santo y seña a cada paso,
en cada esquina, en cada rincón. Lo discuto
con quienes me rodean y se lo repito, al anochecer,
a mi mujer y a mis hijos. ¿Quién nos escucha?
¿Y a quién escuchamos nosotros? La voz nos crea
compactos y simétricos a ambos lados del espejo.
Nos crea según un plan cuyos entresijos desconocemos,
con un equilibrio raro y precioso, pero precario
y artificial como el arte. O como un palíndromo.
* «Génesis» forma parte de Arpas y laúdes (Palma de Mallorca: Órbita, 2020), y «Mene, Mene, Tekel, Upharsin» de Cercandanza (Palma de Mallorca: Los papeles de Brighton, 2020)

José Vicente Rojo
1
Fui el portero del Arca,
Comprobé en cada pareja el macho y la hembra
Nadie me dijo
Que en la última tuviera
Que comprobar que además se amaran.
2
«No vamos a quejarnos desde ahora por nada» (Ángel Gonzalez)
Y si es por algo,
Que sea muy barato.
3
Si la poesía no debe ser sentenciosa
Que sea
Al menos
Condenatoria.
4
Dicen que abandoné
Haciéndome ovillo
Pero bien pudiera ser una trampa
Para cazar al gato
En nombre de todos mis hermanos ratones.
5
Por dos euros compré el libro
Donde realizaste
La cuidadosa selección de tu obra poética,
Así es,
Elegiste poemas
Y yo elegí con qué monedas sumar los dos euros de la compra.
6
Que es más fácil deshacer la cama
Que hacerla
Es lo único que debieras saber
Y practicar
En la existencia del amor.
También es verdad que una prostituta cobra treinta y cinco veces
Lo que cobra una «Kelly»,
Así pues,
¿Cuándo lo de la cama para quien la trabaja?
(Por cierto: ¡quién de todos no trabaja en la cama!)
7
No es desmedido que te hicieras construir un barco de esa eslora
Sino que te fabricaran también
El mar sobre el que navega.
8 (A Marta)
No me hagas más tonto de lo que soy,
Deja que aprenda a serlo
Más
Mucho más
Por mí mismo.
* Textos de Aforo limitado (título muy provisional), 2020

Arturo Borra
«Genealogía»
Como un perro ciego
buscar un hueso en la tierra seca
–cuando ya no es posible ver
y la noche se abisma
en la añoranza: ahí
entregarse a tientas
–hacerse palabra arrebatada
al aullido.
Embarrar tus patas heridas
por la alambrada que separa
los jardines del baldío insondable
donde naciste.
Solo entonces pronunciar
la cifra desconocida del cielo.
«Desconfianzas»
Desconfiá de La lengua, su memoria repitiendo himnos de la altura, el imperio de las palabras sagradas, pronunciadas con la inflación de las liturgias; desconfiá de la bondad que llama a las decapitaciones, de la épica que engrosa la historia de la infamia, de la nobleza lírica en el derrumbe, de los que invocan la guerra para sostener sus pequeñas fortalezas. Desconfiá de la moneda falsa acuñada en la red de los intercambios.
Desconfiá sobre todo del yo mentolado.
Y si alguien sostiene con su cuerpo otro horizonte –abrazalo hasta que su canto se confunda con la tormenta.
* Estos textos forman parte del poemario Desde lejos, León: Eolas, 2020

Yaiza Martínez
«Armonio visceral»
Durante la noche me desvelo, pero luego viene la confianza.
La mente aterrorizada por la corriente de aire que al infinito agujero se cae mientras los
órganos relativizan, tan campantes.
Esta es la minucia que soy, hoja del océano, hoja de agua arrastrada; consciente de la simultaneidad.
¿Para qué temer?, los órganos me insuflan.
Luego viene la mujer de la limpieza a hablar de meningitis y eutanasia y lo recogen todo
milagrosamente en la clave.
Será que el vientre madurado tiene otro cerebro
y ahora veo con la lengüeta libre de la vaca
esas correspondencias,
pienso
la música.
«Lenguaje oral»
La mujer anduvo rebuscando entre los cachivaches hasta encontrar el diente y su
significado.
Lo hizo con el amor que borra lo turbio y saca lustre al original; que eso traía en la
mano, supongo que por pertenecer, como yo misma, a la familia de los abedules.
Me explicó que las dos éramos cuidadoras y creativas, como cualquiera que mastique
por el lado izquierdo sobre todo.
Entre tanta confidencia me dieron ganas de contar que se me había aparecido la diosa
Rati, un día, paseando con mi caballero.
Fue al final del verano, con el olor que bajaba del campo.
Pero al parecer ya lo decía todo la sola forma de mi dentadura.
* Dos poemas de Árula (inédito), noviembre-diciembre de 2020

© Mamis & Mimos


«Registro»
Francisco FERRER LERÍN
El color del verderol o verderón canadiense: azul-rojo
el color del fringilo de la isla de Timor: azul-verde
el color del cielo sin nubes
quinto del espectro solar
y que subido torna turquí
y aclarado celeste
y gríseo cárdeno eléctrico
y obscurecido suavemente mar o marino
el color principiante de mínimas frases de cosas útiles o inútiles
sajonia cobalto montaña ultramar o ultramarino o ultramaro
ciba champanagra alizarina berlín parís hamburgo
erlanger metileno lyón prusia toluidina
soluble (derivado del lyón)
y tripano y turnbull (parecido al prusia).
(1961)
La hora oval (1971)
Publicado en Registros el 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción, 2019
«Una hoja sin árbol»
Paul Celan
para Bertold Brecht:
¿Qué tiempo es este
en el que una conversación
es casi un crimen
porque incluye
tantas cosas explícitas?
De Parte de nieve (1971)
Versión de José Ángel Valente

«Corona»
Paul Celan
En mi mano el otoño come su hoja: somos amigos.
Extraemos el tiempo de las nueces y le enseñamos a caminar:
regresa el tiempo a la nuez.
En el espejo es domingo,
en el sueño se duerme,
la boca dice la verdad.
Mi ojo asciende al sexo de la amada:
nos miramos,
nos decimos palabras oscuras,
nos amamos como se aman amapola y memoria,
nos dormimos como el vino en los cuencos,
como el mar en el rayo sangriento de la luna.
Nos mantenemos abrazados en la ventana, nos ven desde la calle:
tiempo es de que se sepa,
tiempo es de que la piedra pueda florecer,
de que en la inquietud palpite un corazón.
Tiempo es de que sea tiempo.
Es tiempo.
De La arena de las urnas (1948). Versión de José Ángel Valente

La gallina Ignacia y la Victoria de Samotracia
por Dr. Estulticia Plymouth Alfalfa
del Otro Ilustre Colegio Oficial de Pataphysica (OICOP)
En una oficina de empleo, una gallina espera su turno para acercarse al mostrador y ser atendida por un funcionario.
Funcionario: Buenas tardes. Nombre y apellidos, por favor.
Gallina: Soy la gallina Ignacia de Gallignácea.
Funcionario: Bien, señora gallina… ¿Qué desea usted?
Gallina: No, no, señora Ignacia de Gallignácea, por favor.
Funcionario: Bien, señora Ignacia.
Gallina: No, Ignacia de Galligggnácea (remarcando la g).
Funcionario: ¡Basta ya, señora Gallina SuperIgnacia! Tiene usted un nombre muy complicado para ser una simple gallina. ¿Qué desea?
Gallina: Verá, hace un año que ustedes no me llaman y he recibido una carta diciendo que tienen un trabajo para una servidora.
Funcionario: ¿¿Un año entero sin llamarle?? Déjeme ver su expediente. A ver… ¡Claro, mujer!, es que usted en sus preferencias marcó los puestos más demandados: animadora de supermercado de medusas en Ceuta y domadora de coliflores y endivias sin salsa roquefort. ¡Claro, señorita, solicita usted empleos por los que hay tortas! Bueno, déjeme comprobar, aquí está el empleo que se le ha notificado: Rejoneadora de corridas de caimanes para toros en territorio nacional, oferta de: TOCAOSA, Toros y Caimanes ácratas y ociosos S.A.
Gallina: Pero oiga, ¿son peligrosos?
Funcionario: ¡Qué va!... Los toros son todos portugueses y se sientan todos así muy juntitos, un público muy dócil y formal, muy entregado, créame. Fíjese, hasta el rejoneador más torpe siempre se lleva mínimo 2 pezuñas de caimán y da la vuelta al ruedo.
Gallina: ¡No, me refiero a los caimanes!
Funcionario: ¡Ah, qué cosas tiene usted! ¿No ve que yo no nací en el río Orinoco ni en Segorbe, señora SuperIgnacia? ¿No ve que soy de Manchuria y que en Manchuria no hay corridas de caimanes para toros?
Gallina: No, mire, el caimán es un animal muy anguloso, así como con muchos recovecos, no leen nunca a Pérez-Reverte ni saben hacer arroz al horno los domingos. ¿No tiene algo así más de calle… estatua del museo del Louvre o locutor de canódromo?
Funcionario: ¡Es usted una gallina de lo más puntillosa, eh! Déjeme ver, ¡ah, sí, está usted de suerte! Aquí tenemos un puesto que igual le encaja, cocinera en un asador de pollos para pollos regentado por pollos.
Gallina: ¡Bueno, eso ya es avena de otra índole! ¿Y podré comerme a mis congéneres?
Funcionario: ¡Mujer, pues claro! ¿No ve que no hay leyes ni constitución ni estatuto de autonomía para pollos ni gallinas? ¡Cómase a sus congéneres tranquilamente señora! No se coarte, el canibalismo es muy socorrido y muy benigno, sobre todo tratándose de una misma familia de pollos y gallinas. Lo recomiendan hasta los homeópatas y los homeomuslos, ¡no le digo más!
Gallina: ¡Pues muy agradecida como gallina y, sobre todo, como futura caníbal!
Funcionario: Ah, de nada, de nada. Pase al siguiente mostrador para firmar la oferta de empleo.

SÍLITHUS (un fragmento)*
Enrique Falcón
En sucesivas oleadas de tabaco
aquella mujer
[ XVII / N ] aquella mujer pronunciaba
las palabras solamente inflamables
tras los accidentes de tráfico y los desastres aéreos.
Desde los andamios semintoxicados en los pináculos de las
iglesias, –ella clamaba
Desde las menos atestadas correas de alimentación, –ella clamaba
Desde las plazas radiadas y sus torres albinas
Desde los lavabos de la muchedumbre, repleta de deudas
Clamaba
Desde las cabeceras de los comedores clandestinos
Desde las inmediaciones de los muros de contención (donde se
arremolinan los curiosos y los hijos errantes)
Clamaba
Desde las contiendas de los analistas de datos
Desde las lenguas extranjeras con que aún se hablan los lobos
Ella clamaba
Desde los des filaderos que cruzan las ciudades semihundidas
Desde cada pieza de arte finalmente parasitaria
Desde la estribación del portento que aparecía en el cielo
Por cada hombre baldío
Por cada mujer baldía, –ella clamaba
Clamaba
Desde las estaciones de tránsito que ocultan los helechos
Desde la media distancia que nutre toda mano en las tramas del
amor
Desde la vibración de los pájaros tras su cuerpo rechazado
Clamaba
Desde los matrimonios entre libros y ruecas
Desde las vigiladas frecuencias múltiples de la Radio Aliche
Desde los osarios esculpidos por las Guerras Térmicas
Ella clamaba
Desde las piras de grafeno en la Espera del Ajuar
Desde las noches arrítmicas concertadas con lúa
Clamaba
Desde las pirámides eléctricas de Talía Silenciosa
Desde las tres lenguas de la serpiente que bosteza en Nejustán
Por cada hombre baldío
Por cada mujer baldía, –ella clamaba
Clamaba
Desde las raíces menstruales, bajo los árboles-de-doce-frutos
Desde las gargantas de los asesinados por las Policías Radiales
Ella clamaba
Desde el mismo ritual supersticioso, el culto a la frigidez y al
desgaste vacío
Desde los sepelios de los abatidos por misiles de crucero
Clamaba
Desde el alma de las ciudades, listas para la desolación y los
Termocamu flajes
Desde los pulsadores de las autopistas antiguas y sus apoteosis de
plástico, –ella clamaba
clamaba su ahoou desgastado
clamaba
por los hombres que acechan y tosen,
para todos los que escucharon y sintieron su frío
su ahoou comestible
para cualquier pobre insolente,
para quienes aún se adentran en ciudades tranquilas
y jamás las atraviesan a salvo.
Tiempo de cólera y tiempo de misericordia
* Nota de la redacción: estos versos forman parte del último libro de Enrique Falcón, Sílithus, obra editada por el sello La Oveja Roja cuya presentación en formato papel se vio truncada por la declaración del estado de alarma y el confinamiento de la población. El autor tomó la decisión de «liberar» la maqueta hecha por él mismo y regalar a la gente una parte sustancial del poemario, que hizo público en versión electrónica. Quisiéramos agradecer a Falcón su amable respuesta a nuestra petición de reproducir en Registros un fragmento de este libro hondo e interpelante.

Ruth Miguel Franco
«Somme, 1916»
La materia tiene cuatro estados,
dos batallas.
La primera
batalla es la de fuera.
Allí los hombres mueren.
Y el primer estado de las cosas es el barro.
Es muy grande. Cavan
los hombres,
mastican,
tiritan, se arrepienten, son vencidos
por el barro
porque el barro es el primer estado de las cosas.
La materia tiene cuatro estados.
El segundo es la distancia.
No es lo mismo que el espacio:
en la zanja nadie puede abrir los brazos
y poniendo en fila las trincheras
se daría media vuelta al mundo.
El tercer estado es el que tiene
la carne justo antes de la herida.
Es como esperar, pero sin antes.
El cuarto
estado de las cosas
es un pájaro.
La materia tiene cuatro estados
(tres y medio si el pájaro está herido)
dos batallas.
En la batalla de dentro
alguien recoge colillas
pisoteadas
y las mira a contraluz.
Por encima de los campos de amapolas
un árbol también manco
también fuma.
«oración 2»
se desperezan
toman formas de cosas más bajas
sus límites se expanden hacia dentro
viven de sí. Son diminutos
se ríen, el espacio disponible
la tela horizontal y tristísima que envuelve
nuestras vidas
nace en su boca
son animal
son el animal y el agua que lo ahoga
nacida de mujer
vuelve con ellos
«las guerras subterráneas»
He venido a las guerras subterráneas.
Lo que hay dentro es pequeño, es redondo, tiene una querencia lenta, lenta y babosa hacia
la luz. Se gira. Lo que hay dentro se gira.
Es en todos igual. Yo me los cruzo. Cuando salgo de las casas, a veces cuando entro.
Somos transportados, nos movemos a la vez. Miramos fuera. Las ventanas del tren están
sucias, casi blancas, como leche congelada. Nos agitan.
Vemos casas, otras casas.
Lo que hay dentro es igual. Todas las bolas.
He venido a las guerras subterráneas. No sé qué defender.
Aprenderé de los bichos ciegos, los que se acurrucan. Los hay de todas clases. En la guerra
a veces ganan.
No siempre el animal, el poderoso. Sus patas son columnas. Los justos se refugian en su
vientre, no lo espanta el tambor, no teme el hierro.
Los justos luchan siempre más arriba. Yo no los veo. Yo conozco la luz, oh luz, oh también
superficie, pero no supe elegir.
Lo que amas mucho es mal campo de batalla.
* Estos poemas pertenecen al libro Guerra, que aparecerá próximamente en la colección Rayo Azul Poesía de Huerga y Fierro editores.
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Eva Vivancos
Hoy he comido con un dragón
Me ha caído un rayo de sol en la ensalada
Y a la camarera
Se le ha olvidado traerme la cuchara
Luego, me he ido a casa
Y hemos jugado a los dinosaurios
Mientras yo te hablaba de las nubes
Y tú intentabas borrarme un lunar de la nariz
Así fue como empezó una guerra de cosquillas
Que ganaron los gemidos y, por tanto, nadie perdió
Ha sido un día precioso
Aunque tú no estabas

Sharon Olds
«The Unborn»
Sometimes I can almost see, around our heads,
Like gnats around a streetlight in summer,
The children we could have,
The glimmer of them.
Sometimes I feel them waiting, dozing
In some antechamber - servants, half-
Listening for the bell.
Sometimes I see them lying like love letters
In the Dead Letter Office.
And sometimes, like tonight, by some black
Second sight I can feel just one of them
Standing on the edge of a cliff by the sea
In the dark, stretching its arms out
Desperately to me
«El no nacido»
A veces casi puedo ver, alrededor de nuestras cabezas,
Como mosquitos alrededor de una farola en verano,
Los hijos que podríamos tener,
Su resplandor.
A veces los siento esperando, dormitando
En alguna antecámara, sirvientes, a punto
De atender la campana.
A veces los veo tendidos como cartas de amor
Devueltas en la oficina de correos.
Y a veces, como esta noche, por algún negro
Presagio, puedo sentir solo a uno de ellos
En el borde de un acantilado junto al mar
En la oscuridad, estirando sus brazos
Desesperadamente hacia mí.
Traducción de Jesús García Cívico
